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Es un mal juego, pero hay otros. Los que hayan leído a Cioran o Durkheim quizá sientan un profundo respeto por el suicidio y, más aún, por los suicidas que no se suicidan. Desde esa paradoja las ideas sobre la vida y la muerte, la voluntad y el albedrío, nos invitan a un difícil viaje a través de un paisaje que, cuando no bordea la oscuridad total, se abre a la luz cegadora de un abismo, de un pozo sin fondo. Es lícito ponerse a prueba en lugares tan inhóspitos pero es estúpido y estéril confundir las propias opiniones con la realidad absoluta del mundo exterior.
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