martes, 26 de agosto de 2008

Ganar la guerra


Edvard Munch (Comfort, 1907)


Vendrá la muerte y tendrá tus ojos…”
Llama a la puerta con discreción y hasta puede que sin prisas. Ni avisa ni pide invitación, pero en la familia todos saben que ha venido.
Puede traer de regalo unos análisis clínicos, unas radiografías o hasta una tomografía axial computerizada. Nadie antes en la casa sabía lo que era un TAC o para qué sirve el potasio almacenado en un cuerpo humano, pero todos lo aprenden rápidamente, incluso los niños, que fingen no saber de qué están hablando en voz baja sus padres en la habitación de al lado.
Desde ese instante todo cambia en la casa. Se oyen otras risas, se apagan los gritos, se instala una extraña paz en la cocina y, cuando suena el teléfono, las voces llegan envueltas en el papel de seda de la tristeza.
Al pasar unos días sin que nada pase, alguien advierte que ni se la ve ni se la oye ni se la puede tocar, pero que está allí sentada mirando la televisión con los demás, aunque nadie la invitó nunca. No hay más salida que mirarla a la cara y jugar la partida, mientras afuera, en clínicas y hospitales, comienza una guerra donde la espada es el bisturí, y la quimioterapia, veneno.
Son los pobres recursos de la medicina moderna, para combatir sobre un campo de batalla que es el cuerpo humano.
Hay otras armas y resultan más poderosas. Son el cuidado y la ternura, la solidaridad y la compasión. Es pelear junto al ser amado sabiendo que la muerte acabará vencida.
Aunque acabe huyendo y llevándose sus ojos.

Alfred Rexach

martes, 19 de agosto de 2008

The Raven- El cuervo , Edgar Allan Poe


Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
oyóse de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
“Es —dije musitando— un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.”

¡Ah! aquel lúcido recuerdo
de un gélido diciembre;
espectros de brasas moribundas
reflejadas en el suelo;
angustia del deseo del nuevo día;
en vano encareciendo a mis libros
dieran tregua a mi dolor.
Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
Aquí ya sin nombre, para siempre.

Y el crujir triste, vago, escalofriante
de la seda de las cortinas rojas
llenábame de fantásticos terrores
jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie,
acallando el latido de mi corazón,
vuelvo a repetir:
“Es un visitante a la puerta de mi cuarto
queriendo entrar. Algún visitante
que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
Eso es todo, y nada más.”

Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
y ya sin titubeos:
“Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdón
imploro,
mas el caso es que, adormilado
cuando vinisteis a tocar quedamente,
tan quedo vinisteis a llamar,
a llamar a la puerta de mi cuarto,
que apenas pude creer que os oía.”
Y entonces abrí de par en par la puerta:
Oscuridad, y nada más.

Escrutando hondo en aquella negrura
permanecí largo rato, atónito, temeroso,
dudando, soñando sueños que ningún mortal
se haya atrevido jamás a soñar.
Mas en el silencio insondable la quietud callaba,
y la única palabra ahí proferida
era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”
Lo pronuncié en un susurro, y el eco
lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”
Apenas esto fue, y nada más.

Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,
toda mi alma abrasándose dentro de mí,
no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.
“Ciertamente —me dije—, ciertamente
algo sucede en la reja de mi ventana.
Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,
y así penetrar pueda en el misterio.
Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,
y así penetrar pueda en el misterio.”
¡Es el viento, y nada más!

De un golpe abrí la puerta,
y con suave batir de alas, entró
un majestuoso cuervo
de los santos días idos.
Sin asomos de reverencia,
ni un instante quedo;
y con aires de gran señor o de gran dama
fue a posarse en el busto de Palas,
sobre el dintel de mi puerta.
Posado, inmóvil, y nada más.

Entonces, este pájaro de ébano
cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
con el grave y severo decoro
del aspecto de que se revestía.
“Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,
no serás un cobarde,
hórrido cuervo vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado
pudiera hablar tan claramente;
aunque poco significaba su respuesta.
Poco pertinente era. Pues no podemos
sino concordar en que ningún ser humano
ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro
posado sobre el dintel de su puerta,
pájaro o bestia, posado en el busto esculpido
de Palas en el dintel de su puerta
con semejante nombre: “Nunca más.”

Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.
las palabras pronunció, como virtiendo
su alma sólo en esas palabras.
Nada más dijo entonces;
no movió ni una pluma.
Y entonces yo me dije, apenas murmurando:
“Otros amigos se han ido antes;
mañana él también me dejará,
como me abandonaron mis esperanzas.”
Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”

Sobrecogido al romper el silencio
tan idóneas palabras,
“sin duda —pensé—, sin duda lo que dice
es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido
de un amo infortunado a quien desastre impío
persiguió, acosó sin dar tregua
hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
hasta que las endechas de su esperanza
llevaron sólo esa carga melancólica
de ‘Nunca, nunca más’.”

Mas el Cuervo arrancó todavía
de mis tristes fantasías una sonrisa;
acerqué un mullido asiento
frente al pájaro, el busto y la puerta;
y entonces, hundiéndome en el terciopelo,
empecé a enlazar una fantasía con otra,
pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,
lo que este torvo, desgarbado, hórrido,
flaco y ominoso pájaro de antaño
quería decir granzando: “Nunca más.”

En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,
frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,
quemaban hasta el fondo de mi pecho.
Esto y más, sentado, adivinaba,
con la cabeza reclinada
en el aterciopelado forro del cojín
acariciado por la luz de la lámpara;
en el forro de terciopelo violeta
acariciado por la luz de la lámpara
¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!

Entonces me pareció que el aire
se tornaba más denso, perfumado
por invisible incensario mecido por serafines
cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.
“¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido,
por estos ángeles te ha otorgado una tregua,
tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!
¡Apura, oh, apura este dulce nepente
y olvida a tu ausente Leonora!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabolica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio
enviado por el Tentador, o arrojado
por la tempestad a este refugio desolado e impávido,
a esta desértica tierra encantada,
a este hogar hechizado por el horror!
Profeta, dime, en verdad te lo imploro,
¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?
¡Dime, dime, te imploro!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!
¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,
ese Dios que adoramos tú y yo,
dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
tendrá en sus brazos a una santa doncella.
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Once upon a midnight dreary, while I pondered weak and weary,
Over many a quaint and curious volume of forgotten lore,
While I nodded, nearly napping, suddenly there came a tapping,
As of some one gently rapping, rapping at my chamber door.
`'Tis some visitor,' I muttered, `tapping at my chamber door -
Only this, and nothing more.'

Ah, distinctly I remember it was in the bleak December,
And each separate dying ember wrought its ghost upon the floor.
Eagerly I wished the morrow; - vainly I had sought to borrow
From my books surcease of sorrow - sorrow for the lost Lenore -
For the rare and radiant maiden whom the angels named Lenore -
Nameless here for evermore.

And the silken sad uncertain rustling of each purple curtain
Thrilled me - filled me with fantastic terrors never felt before;
So that now, to still the beating of my heart, I stood repeating
`'Tis some visitor entreating entrance at my chamber door -
Some late visitor entreating entrance at my chamber door; -
This it is, and nothing more,'

Presently my soul grew stronger; hesitating then no longer,
`Sir,' said I, `or Madam, truly your forgiveness I implore;
But the fact is I was napping, and so gently you came rapping,
And so faintly you came tapping, tapping at my chamber door,
That I scarce was sure I heard you' - here I opened wide the door; -
Darkness there, and nothing more.

Deep into that darkness peering, long I stood there wondering, fearing,
Doubting, dreaming dreams no mortal ever dared to dream before
But the silence was unbroken, and the darkness gave no token,
And the only word there spoken was the whispered word, `Lenore!'
This I whispered, and an echo murmured back the word, `Lenore!'
Merely this and nothing more.

Back into the chamber turning, all my soul within me burning,
Soon again I heard a tapping somewhat louder than before.
`Surely,' said I, `surely that is something at my window lattice;
Let me see then, what thereat is, and this mystery explore -
Let my heart be still a moment and this mystery explore; -
'Tis the wind and nothing more!'

Open here I flung the shutter, when, with many a flirt and flutter,
In there stepped a stately raven of the saintly days of yore.
Not the least obeisance made he; not a minute stopped or stayed he;
But, with mien of lord or lady, perched above my chamber door -
Perched upon a bust of Pallas just above my chamber door -
Perched, and sat, and nothing more.

Then this ebony bird beguiling my sad fancy into smiling,
By the grave and stern decorum of the countenance it wore,
`Though thy crest be shorn and shaven, thou,' I said, `art sure no craven.
Ghastly grim and ancient raven wandering from the nightly shore -
Tell me what thy lordly name is on the Night's Plutonian shore!'
Quoth the raven, `Nevermore.'

Much I marvelled this ungainly fowl to hear discourse so plainly,
Though its answer little meaning - little relevancy bore;
For we cannot help agreeing that no living human being
Ever yet was blessed with seeing bird above his chamber door -
Bird or beast above the sculptured bust above his chamber door,
With such name as `Nevermore.'

But the raven, sitting lonely on the placid bust, spoke only,
That one word, as if his soul in that one word he did outpour.
Nothing further then he uttered - not a feather then he fluttered -
Till I scarcely more than muttered `Other friends have flown before -
On the morrow he will leave me, as my hopes have flown before.'
Then the bird said, `Nevermore.'

Startled at the stillness broken by reply so aptly spoken,
`Doubtless,' said I, `what it utters is its only stock and store,
Caught from some unhappy master whom unmerciful disaster
Followed fast and followed faster till his songs one burden bore -
Till the dirges of his hope that melancholy burden bore
Of "Never-nevermore."'

But the raven still beguiling all my sad soul into smiling,
Straight I wheeled a cushioned seat in front of bird and bust and door;
Then, upon the velvet sinking, I betook myself to linking
Fancy unto fancy, thinking what this ominous bird of yore -
What this grim, ungainly, ghastly, gaunt, and ominous bird of yore
Meant in croaking `Nevermore.'

This I sat engaged in guessing, but no syllable expressing
To the fowl whose fiery eyes now burned into my bosom's core;
This and more I sat divining, with my head at ease reclining
On the cushion's velvet lining that the lamp-light gloated o'er,
But whose velvet violet lining with the lamp-light gloating o'er,
She shall press, ah, nevermore!

Then, methought, the air grew denser, perfumed from an unseen censer
Swung by Seraphim whose foot-falls tinkled on the tufted floor.
`Wretch,' I cried, `thy God hath lent thee - by these angels he has sent thee
Respite - respite and nepenthe from thy memories of Lenore!
Quaff, oh quaff this kind nepenthe, and forget this lost Lenore!'
Quoth the raven, `Nevermore.'

`Prophet!' said I, `thing of evil! - prophet still, if bird or devil! -
Whether tempter sent, or whether tempest tossed thee here ashore,
Desolate yet all undaunted, on this desert land enchanted -
On this home by horror haunted - tell me truly, I implore -
Is there - is there balm in Gilead? - tell me - tell me, I implore!'
Quoth the raven, `Nevermore.'

`Prophet!' said I, `thing of evil! - prophet still, if bird or devil!
By that Heaven that bends above us - by that God we both adore -
Tell this soul with sorrow laden if, within the distant Aidenn,
It shall clasp a sainted maiden whom the angels named Lenore -
Clasp a rare and radiant maiden, whom the angels named Lenore?'
Quoth the raven, `Nevermore.'

`Be that word our sign of parting, bird or fiend!' I shrieked upstarting -
`Get thee back into the tempest and the Night's Plutonian shore!
Leave no black plume as a token of that lie thy soul hath spoken!
Leave my loneliness unbroken! - quit the bust above my door!
Take thy beak from out my heart, and take thy form from off my door!'
Quoth the raven, `Nevermore.'

And the raven, never flitting, still is sitting, still is sitting
On the pallid bust of Pallas just above my chamber door;
And his eyes have all the seeming of a demon's that is dreaming,
And the lamp-light o'er him streaming throws his shadow on the floor;
And my soul from out that shadow that lies floating on the floor
Shall be lifted - nevermore!

sábado, 16 de agosto de 2008

Educación ante la muerte


La muerte se ha convertido en el gran tabú de las sociedades occidentales. La tesis no es nueva. Philipe Ariès la formuló en su magistral ensayo “La muerte en Occidente” y se ha repetido hasta la saciedad. Más de veinte años después, la idea subsiste.
Ocultamos la muerte, la escondemos detrás de las bambalinas, no hablamos de ella ni a los niños, ni a los seres mas queridos.. Vivimos como si no tuviéramos que morir. Se ha convertido en un tema prohibido, feo y de mal gusto, como antaño lo fue el sexo. Hemos liberado a Eros de la cárcel del silencio, pero hemos enterrado en ella a Thánatos. Los niños y los adolescentes hablan abiertamente del sexo y aparentemente, saben cómo funciona, pero no tienen la menor idea de que este mundo se está de paso y que, como dijera Antonio Machado, “lo nuestro es pasar”.
La muerte es el gran tabú. Me encuentro con jóvenes universitarios que no han visto nunca a n cadáver, que no han velado a un difunto. Edulcoramos la vida con falsas nebulosas y ocultamos la más dura y trágica verdad: que nos vamos. Esta ocultación tiene graves efectos, porque, en el fondo, ocultar la muerte es ocultar la vida, es construir una imagen falaz y pueril de la existencia humana, algo así como un sueño de hadas. Lo que en definitiva no tolera nuestra cultura es la finitud, la limitación. Cuando irrumpe cualquier forma de limitación, se impone la salida por la tangente.. Este rechazo de la finitud es, en el fondo, un rechazo a la misma vida humana, una especie de salto mortal que no lleva a ningún lugar.
Con todo, esta ocultación de la muerte no puede generalizarse a otras culturas ni a otras épocas de la civilización occidental. En muchas culturas del cono sur, la muerte es un hecho público, manifiesto, explícito, en las calles, las aceras; forma parte de la vida cotidiana. También en muchas culturas del extremo Oriente. La ocultación, pues, es un fenómeno muy propio de la cultura occidental de los últimos decenios.
Pero, ¿por qué hemos convertido la muerte que, al fin y al cabo, es lo más cierto que hay, en un tabú?. No es fácil responder a esta pregunta. Existen múltiples factores que explican esta metamorfosis. Por un lado, hemos dejado de creer en los grandes relatos, las grandes narraciones del más allá, aquella cartografía del mundo de ultratumba que asumieron como verdadera nuestros antepasados. Ya no creemos en el mapa de Dante. No sabemos adonde vamos, ni qué podemos esperar (la gran pregunta kantiana) De hecho, nunca lo hemos sabido, pero nuestros antepasados creían saberlo y eso les daba una tranquilidad espiritual, un saber a qué atenerse. Por otro lado, hemos convertido a la tecnología en una diosa, creemos que puede salvarnos de todos los males. Y sin embargo, constatamos día a día que la finitud impone su ley. No morimos de lo que morían antes, pero seguimos muriendo. Esta es la cuestión.
Vivimos, además, en na cultura especialista en crear sistemas de evasión, mecanismos de entretenimiento. La muerte se ha convertido en un tabú, porque el mismo pensar es ya un tabú. Sólo cuando la muerte irrumpe sin permiso en el espacio íntimo,, la banalidad se esfuma, se perfora la trivialidad. No hay modo de evadirse, ni de escapar.
Algún día habrá una adecuada educación para la muerte, pero la escuela, al fin y al cabo, es un microcosmos social, expresión de la cultura y la sociedad donde se ubica. Padece los mismos tabúes. No le podemos exigir que deconstruya el tabú si nos obstinamos, socialmente, a mantenerlo de pie. Sólo si hay una ademada educación para la muerte, puede haber una adecuada educación para la vida. Enseñar a vivir, a orientarse en la existencia resulta imposible si uno o se enfrenta, de verdad, a su propia muerte. Eros y Thánatos, como viera Freud, constituyen los dos polos de la existencia humana. Una educación fundamental no puede ocultar ninguno de los dos.

Texto: Francesc Torralba Roselló, director de la Cátedra Ethos de la Universitat Ramon LLull.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Se vende nicho



Cada uno hace de sus posesiones lo que mejor le convenga. Nada más que decir, solo añadir un par de frases: "Polvo eres y en polvo te convertirás" y aquella, más optimista dicha por el creador de la química moderna, Antoine Lavoisier "La materia no se crea ni se destruye, solo se trasnforma"