domingo, 30 de mayo de 2010

¿Fue un sueño?


La última entrada trataba sobre un libro de epitafios, la nueva obra de Nieves Concostrina, de ahí me vino a la mente un cuento corto del autor francés Guy de Maupassant llamado "¿Fue un sueño?" leído en más de una ocasión. Está francamente bien. De otra manera, también habla sobre epitafios.


¡La había amado locamente!
¿Por qué se ama? ¿Por qué se ama? Cuán extraño es ver un solo ser en el mundo, tener un solo pensamiento en el cerebro, un solo deseo en el corazón y un solo nombre en los labios... un nombre que asciende continuamente, como el agua de un manantial, desde las profundidades del alma hasta los labios, un nombre que se repite una y otra vez, que se susurra incesantemente, en todas partes, como una plegaria.
Voy a contaros nuestra historia, ya que el amor sólo tiene una, que es siempre la misma. La conocí y viví de su ternura, de sus caricias, de sus palabras, en sus brazos tan absolutamente envuelto, atado y absorbido por todo lo que procedía de ella, que no me importaba ya si era de día o de noche, ni si estaba muerto o vivo, en este nuestro antiguo mundo.
Y luego ella murió. ¿Cómo? No lo sé; hace tiempo que no sé nada. Pero una noche llegó a casa muy mojada, porque estaba lloviendo intensamente, y al día siguiente tosía, y tosió durante una semana, y tuvo que guardar cama. No recuerdo ahora lo que ocurrió, pero los médicos llegaron, escribieron y se marcharon. Se compraron medicinas, y algunas mujeres se las hicieron beber. Sus manos estaban muy calientes, sus sienes ardían y sus ojos estaban brillantes y tristes. Cuando yo le hablaba me contestaba, pero no recuerdo lo que decíamos. ¡Lo he olvidado todo, todo, todo! Ella murió, y recuerdo perfectamente su leve, débil suspiro. La enfermera dijo: "¡Ah!" ¡y yo comprendí!¡Y yo comprendí!
Me consultaron acerca del entierro pero no recuerdo nada de lo que dijeron, aunque sí recuerdo el ataúd y el sonido del martillo cuando clavaban la tapa, encerrándola a ella dentro. ¡Oh! ¡Dios mío!¡Dios mío!
¡Ella estaba enterrada! ¡Enterrada! ¡Ella! ¡En aquel agujero! Vinieron algunas personas... mujeres amigas. Me marché de allí corriendo. Corrí y luego anduve a través de las calles, regresé a casa y al día siguiente emprendí un viaje.
Ayer regresé a París, y cuando vi de nuevo mi habitación - nuestra habitación, nuestra cama, nuestros muebles, todo lo que queda de la vida de un ser humano después de su muerte -, me invadió tal oleada de nostalgia y de pesar, que sentí deseos de abrir la ventana y de arrojarme a la calle. No podía permanecer ya entre aquellas cosas, entre aquellas paredes que la habían encerrado y la habían cobijado, que conservaban un millar de átomos de ella, de su piel y de su aliento, en sus imperceptibles grietas. Cogí mi sombrero para marcharme, y antes de llegar a la puerta pasé junto al gran espejo del vestíbulo, el espejo que ella había colocado allí para poder contemplarse todos los días de la cabeza a los pies, en el momento de salir, para ver si lo que llevaba le caía bien, y era lindo, desde sus pequeños zapatos hasta su sombrero.
Me detuve delante de aquel espejo en el cual se había contemplado ella tantas veces... tantas veces, tantas veces, que el espejo tendría que haber conservado su imagen. Estaba allí de pie, temblando, con los ojos clavados en el cristal - en aquel liso, enorme, vacío cristal - que la había
contenido por entero y la había poseído tanto como yo, tanto como mis apasionadas miradas. Sentí como si amara a aquel cristal. Lo toqué; estaba frío. ¡Oh, el recuerdo! ¡Triste espejo, ardiente espejo, horrible espejo, que haces sufrir tales tormentos a los hombres! ¡Dichoso el hombre cuyo corazón olvida todo lo que ha contenido, todo lo que ha pasado delante de él, todo lo que se ha mirado a sí mismo en él o ha sido reflejado en su afecto, en su amor! ¡Cuánto sufro!
Me marché sin saberlo, sin desearlo, hacia el cementerio. Encontré su sencilla tumba, una cruz de mármol blanco, con esta breve inscripción:
«Amó, fue amada, y murió.»
¡Ella está ahí debajo, descompuesta! ¡Qué horrible! Sollocé con la frente apoyada en el suelo, y permanecí allí mucho tiempo, mucho tiempo. Luego vi que estaba oscureciendo, y un extraño y loco deseo, el deseo de un amante desesperado, me invadió. Deseé pasar la noche, la última
noche, llorando sobre su tumba. Pero podían verme y echarme del cementerio. ¿Qué hacer? Buscando una solución, me puse en pie y empecé a vagabundear por aquella ciudad de la muerte. Anduve y anduve. Qué pequeña es esta ciudad comparada con la otra, la ciudad en la cual vivimos. Y, sin embargo, no son muchos más numerosos los muertos que los vivos. Nosotros necesitamos grandes casas, anchas calles y mucho espacio para las cuatro generaciones que ven la luz del día al mismo tiempo, beber agua del manantial y vino de las vides, y comer pan de las llanuras.
¡Y para todas estas generaciones de los muertos, para todos los muertos que nos han precedido, aquí no hay apenas nada, apenas nada! La tierra se los lleva, y el olvido los borra. ¡Adiós!
Al final del cementerio, me di cuenta repentinamente de que estaba en la parte más antigua, donde los que murieron hace tiempo están mezclados con la tierra, donde las propias cruces están podridas, donde posiblemente enterrarán a los que lleguen mañana. Está llena de rosales que nadie ciuda, de altos y oscuros cipreses; un triste y hermoso jardín alimentado con carne humana.
Yo estaba solo, completamente solo. De modo que me acurruqué debajo de un árbol y me escondí entre las frondosas y sombrías ramas. Esperé, agarrándome al tronco como un náufrago se agarra a una tabla.
Cuando la luz diurna desapareció del todo, abandoné el refugio y eché a andar suavemente, lentamente, silenciosamente, hacia aquel terreno lleno de muertos. Anduve de un lado para otro, pero no conseguí encontrar de nuevo la tumba de mi amada. Avancé con los brazos extendidos, chocando contra las tumbas con mis manos, mis pies, mis rodillas, mi pecho, incluso con mi cabeza, sin conseguir encontrarla. Anduve a tientas como un ciego buscando su camino. Toqué las lápidas, las cruces, las verjas de hierro, las coronas de metal y las coronas de flores marchitas. Leí los nombres con mis dedos pasándolos por encima de las letras. ¡Qué noche! ¡Qué noche! ¡Y no pude encontrarla!
No había luna. ¡Qué noche! Estaba asustado, terriblemente asustado, en aquellos angostos senderos entre dos hileras de tumbas. ¡Tumbas! ¡Tumbas! ¡Tumbas! ¡Sólo Tumbas! A mi derecha, a la izquierda, delante de mí, a mi alrededor, en todas partes había tumbas. Me senté en una de ellas, ya que no podía seguir andando. Mis rodillas empezaron a doblarse. ¡Pude oír los latidos de mi corazón! Y oí algo más. ¿Qué? Un ruido confuso, indefinible. ¿Estaba el ruido en mi cabeza, en la impenetrable noche, o debajo de la misteriosa tierra, la tierra sembrada de cadáveres humanos? Miré a mi alrededor, pero no puedo decir cuánto tiempo permanecí allí. Estaba paralizado de terror, helado de espanto, dispuesto a morir.
Súbitamente, tuve la impresión de que la losa de mármol sobre la cual estaba sentado se estaba moviendo. Se estaba moviendo, desde luego, como si alguien tratara de levantarla. Di un salto que me llevó hasta una tumba vecina, y vi, sí, vi claramente como se levantaba la losa sobre la cual estaba sentado. Luego apareció el muerto, un esqueleto desnudo, empujando la losa desde abajo con su encorvada espalda. Lo vi claramente, a pesar de que la noche estaba oscura. En la cruz pude leer:
«Aquí yace Jacques Olivant, que murió a la edad de cincuenta y un años. Amó a su familia, fue bueno y honrado y murió en la gracia de Dios.»El muerto leyó también lo que había escrito en la lápida. Luego cogió una piedra del sendero, una piedra pequeña y puntiaguda, y empezó a rascar las letras con sumo cuidado. Las borró lentamente, y con las cuencas de sus ojos contempló el lugar donde habían estado grabadas. A
continuación con la punta del hueso de lo que había sido su dedo índice, escribió en letras luminosas, como las líneas que los chiquillos trazan en las paredes con una piedra de fósforo:
«Aquí yace Jacques Olivant, que murió a la edad de cincuenta y un años. Mató a su padre a disgustos, porque deseaba heredar su fortuna; torturó a su esposa, atormentó a sus hijos, engañó a sus vecinos, robó todo lo que pudo, y murió en pecado mortal.»
Cuando hubo terminado de escribir, el muerto se quedó inmóvil, contemplando su obra. Al mirar a mi alrededor vi que todas las tumbas estaban abiertas, que todos los muertos habían salido de ellas y que todos habían borrado las líneas que sus parientes habían grabado en las lápidas,
sustituyéndolas por la verdad. Y vi que todos habían sido atormentadores de sus vecinos, maliciosos, deshonestos, hipócritas, embusteros, ruines, calumniadores, envidiosos; que habían robado, engañado, y habían cometido los peores delitos; aquellos buenos padres, aquellas fieles esposas, aquellos hijos devotos, aquellas hijas castas, aquellos honrados comerciantes, aquellos hombres y mujeres que fueron llamados irreprochables. Todos ellos estaban escribiendo al mismo tiempo la verdad, la terrible y sagrada verdad, la cual todo el mundo ignoraba, o fingía ignorar, mientras estaban vivos.
Pensé que también ella había escrito algo en su tumba. Y ahora, corriendo sin miedo entre los ataúdes medio abiertos, entre los cadáveres y esqueletos, fui hacia ella, convencido que la encontraría inmediatamente. La reconocí al instante sin ver su rostro, el cual estaba cubierto por un velo negro; y en la cruz de mármol donde poco antes había leído:
Amó, fue amada, y murió.
ahora leí:
«Habiendo salido un día de lluvia para engañar a su amante, pilló una pulmonía y murió.»Parece que me encontraron al romper el día, tendido sobre la tumba, sin conocimiento.

________________________________________

martes, 25 de mayo de 2010

...Y en polvo te convertirás


He leído el último libro de Nieves Concostrina http://www.nievesconcostrina.es/epitafios.asp. de un tirón La autora tiene una colaboración semanal en el programa “No es un día cualquiera” dirigido por Pepa Fernández en Radio Nacional llamada “El acabose” De ahí salió un concurso en que la gente enviaba fotos de lo más inverosímil escrito en las tumbas. En ese libro han colaborado 153 personas haciendo un trabajo de campo fenomenal, bueno, muchas más, porque muchos han sido los que han enviado epitafios, curiosidades etc. Pero lógicamente han tenido que hacer una criba. Por cierto, en el libro hay fotos de conocidos míos;-) a los que felicito. También trabaja diariamente desde el año 2003 en Radio 5 Todo Noticias en el espacio “Polvo eres” amén de otros trabajos relacionados con su profesión.
Autora de otros dos libros muy interesantes. “Menudas historias de la Historia” y “Polvo eres”, los recomiendo.
El texto es muy ágil y entretenido, el tema se toca de la manera que debería tocarse siempre: con naturalidad y respeto.
Como digo más arriba de un tirón lo he devorado. He podido comprobar la originalidad, ironía, excentricidad, la “retrancaca” y hasta la mala leche etc. que puede haber en solo dos líneas para la eternidad.
Del todo aconsejable, para los que nos va ese tema y a los que no, pues les puede dar un punto de vista nuevo.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Los Goytisolo

“Los Goytisolo” es una obra de Miguel Dalmau que fue finalista en el XXVII Premio Anagrama de ensayo.
José Agustín Goytisolo ha sido y es uno de mis poetas preferidos en lengua castellana.
El libro es la historia de la familia Goytisolo. Empieza recordando a Agustín Goytisolo en su patria vasca y como empezó la aventura por Cuba, en 1830, uno de tantos que fue hacer fortuna a la isla caribeña, lo consiguió y cuando volvió se instaló en Barcelona, un “indiano”... El libro es un repaso de toda esta saga. Los encuentros y desencuentros entre los tres hermanos,sus historias personales, con el fondo de Barcelona etc.
El libro fue editado en 1999, en ese mismo año José Agustín se suicidó. Luis y Juan siguen escribiendo.


El 16, 17 y 18 de marzo del 1938, un bombardeo realizado por las fuerzas fascistas italianas en Barcelona alcanzó un camión que trasportaba trilita a la altura de la Gran Vía, Balmes, destruyó 7 u 8 edificios y falleció el 25% total de las víctimas de la ciudad. Una de ellas fue la madre de los Goytisolo. En ese lugar en abril del año 2003 se erigió un monumento recordando la barbarie.




Durante ese hecho José Agustín tenía 10 años. Fue un acontecimiento en su vida que siempre estuvo presente y que los años no pudieron paliar.
Después de una visita al panteón familiar en Montjuïc donde descansa su madre escribió está poesía:
Donde tú no estuvieras
Como en este recinto cercada por la vida
En cualquier paradero conocido o distante
Leería tu nombre.

Aquí cuando empezaste a vivir para el mármol
Cuando se abrió la sombra
Tu cuerpo desgarrado
Pusieron una fecha: diecisiete de marzo.
Y suspiraron tranquilos y rezaron por ti.
Te concluyeron.

Alrededor de ti de lo que fuiste
En pozos similares y en funestos estantes
Otros –sal y ceniza- contonean tus límites.

Lo miro todo lo palpo todo:
Hierros urnas altares
Una antigua vasija retratos carcomidos
Por la lluvia
Citas sagradas nombres
Anillos de latón sucias coronas horribles
Poesías…

Quiero ser familiar con todo eso.

Pero tu nombre sigue aquí
Tu ausencia y tu recuerdo
Siguen aquí, ¡Aquí!
Donde tu no estarías si una hermosa mañana con música de flores
Los dioses no te hubieran olvidado.


Su hermano Juan, hablando del panteón de Montjuïc le dijo a Dalmau que desde el año 1964 en que murieron su padre y su abuelo separados por solo unos meses, se prometió no volver a ver el horrible panteón familiar de Montjuïc, que es una copia pretenciosa y relamida del Duomo de Milán y, además, simboliza todo el horror de la clase burguesa y explotadora en la que nació.

viernes, 7 de mayo de 2010

Grinzinger Friedhof - Cementerio de Grinzinger -3- Viena

El cementerio de Grinzinger está en una colina, antes era un pueblo pero desde 1891 se añexionó a Viena,(Distrito 19) para los turistas had doc lo que resalta de Grinzing son sus docenas de tabernas donde se sirve el famoso y riquísimo vino verde y un gran ambiente, pero si se va en invierno, hay contados comercios abiertos. Para el que quiera acercarse puede usar el trasnporte público que funciona muy bien, se coje el tranvía 18 que sale de Schottentor-Universitätt.














Raul Aslan fue un reputado actor en Austria.

jueves, 6 de mayo de 2010

Casas y panteones (2)

Casa y panteón Terrades

Arquitecto panteón: Josep Puig i Cadafalch
Escultor: Atribuido a Eusebi Arnau i Mascort
Estilo: Modernista



Arquitecto Casa Terrades o de "Les punxes": Josep Puig i Cadafalch
Estilo: Modernista





Casa y panteón Sayrach

Panteón reconstruido después de 1981, autor desconocido.






Arquitecto Casa Sayrach: Manuel Sayrach
Estilo: Modernista



Casa y panteón Pich i Pon

Arquitecto panteón: Salvador Soteras i Taberner
Escultor: Alfons Juyol i Bach
Estilo: Ecléctico



Arquitecto Casa Pich i Pon: Josep Puig i Cadafalch
Estilo: Noucentisme



Casa y panteón Victorià de la Riva

Arquitecto panteón: Antoni Mª Gallisà i Soqué
Escultor: Eusebi Arnau i Mascort
Estilo: Neogótico




Arquitecto Casa de la Riva: Enric Sagnier i Villavecchia
Estilo: Modernista




Casa y tumba Rialp

Arquitecto tumba: Jaume Bayó i Font
Escultor: Josep Llimona i Bruguera
Estilo: Modernista



Arquitecto Casa Rialp: Joan Rubió i Bellver
Estilo: Modernista

martes, 4 de mayo de 2010

Casas y panteones (1)

En la época del modernismo, la mayoría de los arquitectos catalanes (aparte de Antoni Gaudí) también trabajaron en el campo del arte funerario. Edificaron las hermosas casas modernistas y a la par construyeron la última morada de los sueños de los habitantes de éstas, la mayoría “indianos” que fueron hacer fortuna al otro lado del Atlántico. Enric Sagnier, Josep Vilaseca, Domènech i Estapá, Gallissá, Puig i Cadafalch etc.En esa misma época, otros arquitectos casi se desenvolvieron exclusivamente en arte funerario como Leandre Albareda, Bonaventura Conill i Montobbio.


Casa y panteón Malagrida



Arquitecto Casa Malagrida: Joaquim Codina i Matalí
Estilo: Modernista



Arquitecto panteón: Lluís Callen
Escultor: Eduard Batiste Alentorn
Estilo: Ecléctico


Casa y tumba Juncosa



Arquitecto Casa Juncosa: Salvador Viñals i Sabaté
Estilo: Modernista




Escultor tumba: Antoni Pujol
Estilo: Modernista


Casa y panteón Juncadella



Arquitecto Casa Juncadella: Enric Sagnier i Vilavecchia
Estilo: Modernista



Arquitecto panteón: Enric Sagnier i Vilavecchia
Estilo: Modernista


Casa y panteón Batlló

Arquitecto panteón arco-cueva: Josep Vilaseca i Casanovas
Escultores: Manuel Fuxà i Leal y Enric Clarasó i Daudí
Estilo: Neoegipcio




Arquitecto Casa Batlló: Antoni Gaudí i Cornet
Estilo: Modernista





Casa y panteón Amatller



Arquitecto Casa Amatller: Josep Puig i Cadafalch
Estilo: Modernista




Arquitecto panteón Amatller: Emili Sala i Cortés
Escultor: Eusebi Arnau i Mascort
Estilo: Neoromántico